Editorial
La violencia contra las mujeres es una realidad que debe abordarse con seriedad, eficacia y sentido común. Sin embargo, los enfoques actuales, dominados por el feminismo ideológico y las políticas woke, están fallando. España merece soluciones reales que protejan a las víctimas, respeten los valores familiares y pongan freno a las políticas sectarias que están fragmentando nuestra sociedad. Hoy más que nunca, necesitamos medidas sensatas, alejadas de la narrativa victimista y radical, para combatir un problema que afecta a todos.
La violencia se combate con justicia y eficacia
El primer error de las políticas actuales es su obsesión por reducir la violencia a un problema de género. Los datos son claros: en lo que va de año, 41 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas. Estas cifras son desgarradoras, pero la solución no está en demonizar a todos los hombres, sino en reforzar los mecanismos policiales, judiciales y tecnológicos que protejan a las víctimas. La experiencia demuestra que herramientas como las pulseras telemáticas han sido efectivas, ya que ninguna mujer bajo este sistema de protección ha sido asesinada desde su implementación.
La violencia no tiene género; es un problema humano y social que afecta a hombres, mujeres, ancianos y niños. Por ello, necesitamos un enfoque que trate cada caso con justicia, sin prejuicios ni sesgos ideológicos. La prioridad debe ser invertir en más recursos policiales, mejorar la detección precoz y garantizar la protección inmediata de todas las víctimas, independientemente de quién sea el agresor.
Inmigración y valores: ¿cómo integrar sin desmantelar nuestra cultura?
Uno de los temas más ignorados en este debate es el impacto de la inmigración masiva y descontrolada. Es un hecho que muchas de las personas que llegan a España proceden de culturas donde los derechos de las mujeres no son una prioridad. Pretender que estos valores patriarcales desaparezcan de la noche a la mañana es una fantasía irresponsable. Mientras tanto, son las mujeres españolas las que sufren las consecuencias de una integración cultural fallida.
España necesita un enfoque migratorio responsable que garantice la integración real de quienes llegan a nuestro país. Esto no significa renunciar a nuestra hospitalidad, sino exigir el respeto a nuestros valores occidentales: igualdad, respeto mutuo y protección de la familia. La multiculturalidad no puede ser un pretexto para aceptar prácticas o actitudes que contradigan estos principios.
Masculinidad: enseñar a respetar, no a reprimir
El feminismo radical ha decidido emprender una cruzada contra la masculinidad, culpando a todos los hombres de los males del mundo. Esta narrativa tóxica no solo es injusta, sino contraproducente. Ser hombre no es un problema; el problema es la falta de educación en valores como el respeto, la empatía y el control emocional.
La masculinidad bien entendida, basada en el liderazgo, la fortaleza y la protección, es fundamental para construir una sociedad equilibrada. En lugar de demonizar a los hombres, debemos enseñarles a canalizar estas cualidades hacia el respeto por las mujeres y la construcción de relaciones saludables. La clave está en educar desde la familia y las escuelas, sin caer en las generalizaciones que solo generan resentimiento y división.
Deportes y espacios femeninos: basta de ideología de género
Otro problema que el feminismo actual se niega a abordar es el daño que las políticas de autodeterminación de género están causando a las mujeres, especialmente en el ámbito deportivo. Permitir que personas transgénero compitan en categorías femeninas no solo es injusto, sino que desvirtúa años de esfuerzo por alcanzar la igualdad en el deporte.
Las diferencias biológicas son una realidad innegable. Ignorarlas en nombre de la ideología es un acto de desprecio hacia las mujeres que han trabajado duro para destacar en sus disciplinas. Los espacios femeninos, tanto en el deporte como en otros ámbitos, deben ser protegidos, porque su eliminación no es igualdad, sino una nueva forma de discriminación.
Feminismo de doble cara: la hipocresía de la izquierda
Es imposible hablar de este tema sin señalar la hipocresía de quienes han convertido el feminismo en una herramienta política. Los mismos líderes que promueven leyes polémicas como el «solo sí es sí» o la ley trans han demostrado tener poco respeto por las mujeres en su vida personal. Casos como el de Íñigo Errejón, acusado de agresión, o el expresidente argentino, señalado por actos violentos, son ejemplos de cómo el discurso no siempre se traduce en conducta.
Este feminismo de escaparate, que solo busca rédito político, es incapaz de resolver los problemas reales de las mujeres. En lugar de ofrecer soluciones, promueve divisiones, privilegios injustos y discursos que criminalizan a la mitad de la población.
Valores tradicionales como respuesta
La verdadera solución a la violencia y a los problemas sociales pasa por volver a lo esencial: los valores tradicionales. La familia, como núcleo fundamental de la sociedad, es el lugar donde se deben enseñar el respeto, la responsabilidad y el amor al prójimo. La educación en casa y en las escuelas debe centrarse en formar personas integrales, capaces de convivir en armonía, respetando las diferencias y rechazando cualquier forma de violencia.
Además, es hora de exigir políticas basadas en el sentido común y no en agendas ideológicas. Las leyes deben proteger a las víctimas, no dividir a la sociedad; deben garantizar la justicia, no imponer privilegios. España necesita recuperar el equilibrio entre tradición y modernidad, entre derechos individuales y valores colectivos.
Una visión integral para combatir la violencia
La lucha contra la violencia no debe ser un campo de batalla ideológico. Es un reto que requiere unidad, sensatez y compromiso. Las políticas actuales, dominadas por el feminismo radical y las ideas woke, están lejos de ofrecer soluciones efectivas. En cambio, necesitamos un enfoque que priorice a las víctimas, respete los valores familiares y promueva una educación basada en el respeto mutuo.
La violencia no se combate con discursos de odio ni con leyes mal planteadas. Se combate con justicia, con educación y con la protección de los valores que han sostenido a nuestra sociedad durante siglos. Es hora de dejar atrás las divisiones y trabajar juntos por una España más justa, segura y respetuosa.